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EL TERROR DE 1824
á sus amigos, intercediendo siempre por un
D. Benigno que mató á muchos guardias dei
Rey en el Arco de Boteros; trabaja uno, se
desvive, se desacredita, echa los bofes... y en
\ pago... vea usted... ¡Rayo! hay una niña que
en nada estima los beneficios hechos á su fa-
milia... ¿Qué le importan á ella la buena opi-
nión del favorecedor de su padre, su honradez*
su limpia fama en el comercio?... Todo lo
pospone al morrioncillo, á las espuelas dora-
das y al bigotejo rubio de un mozalbete que
no tiene sobre qué caerse muerto, hijo y her-
mano de conspiradores...
Encendida como la grana, Elena se sentía
cobarde. Pero si su valor igualara á su indig-
nación, y sus tijeras pudieran cortar á un
hombre como cortaban un hilo, allí mismo
dividiera en dos pedazos á Romo.
—Cállese usted, cállese usted, — exclamó so-
focada.
—Y sin embarco — añadió el hombre opaco
poniéndose más amarillo de lo que comun-
mente era, — soy bueno, tengo paciencia, me
conformo, callo y padezco... Es verdad que
tengo en mi poder un instrumento de vengan-
za... pero no lo emplearé por razón de amor,
no: lo emplearé tan sólo por el decoro de esta
familia, á quien estimo tanto.
Elena tuvo un arranque de esos que se ha&
visto alguna vez, muy pocas, pero se han vis-
to, en las palomas, en los corderos, en las
liebres, en las mariposas, en los seres más
pacíficos y bondadosos, y pálida de ira, con
los labios secos, y los puños cerrados, apos-
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