Page 116 - El Terror de 1824
P. 116

112       B.  PÉREZ  GVLDÓS
         — Pues  mire  usted— dijo  afectando  candi-
          dez,— á  otros  les  ha  pasado  lo  mismo,  y  al  fin,
      á  fuerza  de  paciencia,  de  buenas  acciones  y  de
       finezas  se  han  hecho  adorar  de  las  que  lea
       menospreciaban.
         —No  conseguirá  usted  tal  cosa  de  la  hija
      de  mi  madre.
        — Pues  qué...  ¿tan  feo  soy?— preguntó  Ro-
           mo, indicando  que  no  tenía  la  peor  idea  res-
            pecto á  sus  gracias  personales.
         • — No,  no;  es  usted  monísimo — dijo  Elena
      con  malicia, — pero  yo  estoy  por  los  feos...
      ¿Quiere  usted  hacer  una  cosa  que  me  agrada-
         rá mucho?
        — No  tiene  usted  más  que  hablar,  y  obede-
      ceré.
        — Pues  déjeme  sola.
        — Eso  no... — repuso  frunciendo  el  ceño.—
       No  pasa  un  hombre  los  días  y  las  noche»
       oyendo  leer  sentencias  do  muerte,  y  acompa-
             ñando negros  á  la  horca;  no  pasa  un  hombre,
       no,  su  vida  entre  lágrimas,  suspiros,  sangre  y
       cuerpos  horribles  que  se  zarandean  en  la  soga,
       para  venir  un  rato  en  busca  de  goces  puros
      junto  á  la  que  ama,  y  verse  despedido  como
       un  perro.
         --Pero  yo,  pobre  de  mí,  ¿qué  puedo  reme-
            diar? -dijo  Elena  cruzando  las  manos.
         — Es  terrible  cosa — continuó  el  hombre-
      cárcel  con  hueco  acento, — que  ni  siquiera  gra-
           titud haya  para  mí.
        — ¿Gratitud?...  eso  sí...  estamos  muy  agra-
      decidos.
         — Se  compromete  uno,  se  hace  sospechosa
   111   112   113   114   115   116   117   118   119   120   121