Page 136 - El Terror de 1824
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132 B. PÉREZ GALDOS
da que había menos motivos aparentes para
ello, amenizaba con chistes la comida. Estaba
elegantísimo, como de costumbre, el ingenioso
cortesano, ataviado con su calzón blanco, su
levita polonesa de mangas jamonadas, su cor-
bata metálica destinada á anticiparla idea déla
muerte en garrote, por si acaso algún día era
el individuo condenado á ella. Revueltos los
cabellos con artístico desorden, parecía su ca-
beza una escoba, en lo cual cumplía á mara-
villa con los conceptos de la moda corriente.
¡Ohl era aquél un señor muy bondadoso y sen-
cillo, que lo mismo se sentaba á la mesa del
rico que á la del pobre, con tal que en ellas
hubiera buenos manjares que comer; y sin dar
privadamente excesiva importaucia á las ideas
políticas, lo mismo fraternizaba con el negro
que con el blanco, siempre que ni el uno ni el
otro le estorbasen en su prodigioso medro.
Menos alegre que su comensal á causa de la
ausencia de Romo, D. Benigno conversaba con
chispa y donaire, volviendo con graciosa mo-
vilidad el rostro hacia Pipaón, hacia su espo-
sa y hacia la silla vacía donde se echaba de
menos la torva figura del voluntario realista;
y ¡cosa singular! aquella silla donde no se sen-
taba el hombre obscuro, tenía cierto aspecto
lúgubre. Romo no estaba allí, y, sin embargo,
parecía que estaba.
Esquivando entrar en el tema político á que
la verbosidad importuna y mareante de Pipaóu
quería llevarle, D. Benigno dijo:
— Ya he manifestado cuál es mi propósito.
Y qué, Sr. D. Juan, ¿cree usted que me será-