Page 140 - El Terror de 1824
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136  B.  PÉREZ  GALDÓ8

        — Allá  voy, — dijo  Cordero  levantándose.
        — Que  esperen — manifestó  Doña  Robustia-
      na  con  mal  humor.— |Que  siempre  te  has  de
      levantar  de  la  mesa...l
        D.  Benigno  salió  con  la  servilleta  sujeta  al
      cuello.  En  la  sala  encontró  á  dos  hombres  des-
      conocidos.
        - — Una  luz,  Reyes, — gritó  á  la  criada.
        La  claridad  de  la  vela  que  trajo  la  moza
      permitió  al  honrado  patriota  distinguir  bien
      las  fisonomías.  Creía  reconocer  aquellas  caras.
      Ninguna  de  las  dos  despertaba  grandes  sim-
             patías, y  en  cuanto  á  los  cuerpos  eran  de  lo
      más  sospechoso  que  puede  imaginarse.
        — ¿Es  usted  D.  Benigno  Cordero? — le  pre-
            guntó uno  de  ellos  secamente.
        — Para  lo  que  gusten  mandar.  ¿Que  quieren
      ustedes?
         —Que  venga  usted  con  nosotros.
         —¿A  dónde?
         — ¡Toma!...  á  la  cárcel— exclamó  el  indivi-
          duo esgrimiendo  su  bastoncillo,  y  admirado  de
       que  no  se  hubiera  comprendido  el  objeto  de
      tan  grata  visita.
         D.  Benigno  se  quedó  aturdido...  Creía  so-
       fiar...  estaba  lelo.
         — |A  la  cárcel! — murmuró.
         —  Y  pronto.  Tenemos  que  hacer...
         — -A  la  cárcel... — dijo  otra  vez  Cordero,  co-
          mo el  delirante  que  repite  un  tema. — Yo...  ¿por
       qué?...  yo...  ¿han  dicho  que  á  la  cárcel...?
         — Sí,  señor,  á  la  cárcel...  nosotros  no  tene-
           mos que  explicar...  No  somos  jueces, — graznó
       el  polizonte  con  desenfado  y  altanería,  conse-
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