Page 143 - El Terror de 1824
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EL TERROR DE 1824 139
la, sobrecogidas de terror, las* tres mujeres, los
dos frailecitos y la criada.
— Nada, nada: esto debe de ser un quid pro
quo — dijo Bragas con disgusto evidente; -—pe-
ro es preciso obedecer la orden. Desde esto mo-
mento empiezo á darlos pasos convenientes...
Los de Cordero se miraron unos á otros* Se
oía la respiración. En aquel instante de con-
goja y pavura, Elena fué la que tuvo más va-
lor, y haciendo frente á la situación, exclamó:
— ¿Yo también he de ir presa? Pues vamos.
No tengo miedo.
— ¡Hija, de mi alma! — gritó Doña Robustia-
na abrazándola .con furor. — No te separarás
de mí. Si á los dos os llevan presos, yo voy
también á la cárcel y me llevo á los niños.
— Con usted no va nada, señora — dijo el
polizonte. — El señor mayor y la niña son los
que han de ir... Con que andando.
Arrojóse como una hiena la señora sobro
aquel hombre, y de seguro lo habría pasado
mal el funcionario de la Superintendencia, si
Doña Robustiana, en el momento de clavar las
manos en la verrugosa cara de su presa, no
hubiera quedado sin sentido, presa de un bre-
ve síncope. Acudieron todos á ella, y el de po-
licía gritó, poniéndose rojo y horrible:
— I AL demonio con la viejal... Vamos al mo-
mento, ó que suban los voluntarios. No pode-
mos perder el tiempo con estos remilgos.
D. Benigno, cuyo espíritu estaba templado
para hacer frente á las situaciones más terri-
bles, elevóse sobre aquella tribulación, como
el sol sobre la bruma, é iluminando la lúgubre