Page 139 - El Terror de 1824
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                 EL  TERROR  DE  1824
      rrumpirse,  porque  uno  de  los  chicos  tuvo  la
      ocurrencia  de  derramar  sobre  su  hábito  toda
      la  salsa  que  había  en  el  plato,  mientras  el  otre
      berrequeaba  como  un  ternero  porque  no  k
      permitían  comer  con  las  manos.  Calmada  la
      agitación  al  otro  extremo  de  la  mesa,  D.  Be-
            nigno continuó:
        — Siempre  ha  sido  mi  norma  de  conducta...
      Segundito,  cuidado...  ocupar  el  puesto  que  me
      señalaban  las  circunstancias.  He  sido  y  soy
      esclavo  de  mi  deber...  Primitivo,  que  te  estoy
      mirando;  ¿cómo  se  coge  el  tenedor?...  Un  día
      las  circunstancias  me  dijeron:  «es  preciso  que
      seas  valiente, »  y  fui  valiente.  Heridas  tenge
      que  darán  razón  de  ello.  Hoy  me  dicen  las  cir-
                  cunstancias; «es  preciso  que  seas  pacífico,»  y
      pacífico  soy...  Niños,  ¿me  eníado?...  Mi  con-
             ciencia está  tranquila  con  tan  juicioso  plan  de
      conducta;  á  mi  conciencia  obedezco,  y  nada
      más.
        En  esto  sonaron  fuertes  campanillazos  en  1&
      puerta  de  la  casa.
        — A  buena  hora  viene  ese  señor...  cuandct
      ya  estamos  en  los  postres  —dijo  D.  Benigno. — •
      De  seguro  es  Romo.
         — No,  no  llama  él  de  ese  modo— observó  k
      señora,  poniendo  atención  para  oir  en  el  mo-
             mento que  la  criada  abría.
        — Puede  que  sea  Romo, — indicó  Pipaón  di-
              rigiendo sus  dedos  en  persecución  de  una  pera
      que  rodaba  por  el  mantel.
        —Son  dos  señores,  dos  hombres — dijo  k
      criada  entrando  en  el  comedor. — Preguntar*
      por  el  amo.
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