Page 149 - El Terror de 1824
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EL TERROR DE 1824 145
nozco. Ello es que le vieron entrar. Guardá*
bale el bulto su hermano, paseando en la ca-
lle. Consta que Elena recibía de él papeles que
luego entregaba á D. Benigno, y constan otras
estupendas cosas que no recuerdo en este mo-
mento.
— Consta que los jueces y delatores son un
enjambre de miserables bandidos — afirmó Do-
ña Robustiana con ira, incorporándose. — So-
la, ¡por Dios santo! tú que nos conoces, di á
ese hombre que se engaña, porque también él,
con ser nuestro amigo, parece dar crédito á
tales patrañas.
— Yo ni afirmo ni niego... poco á poco —
manifestó Pipaón, conservándose en aquel sa-
jiidable justo medio que le había llevado á
comi lerables alturas burocráticas» — El señor
D. Bonigno y su hija pueden ser inocentes y
pueden no serlo: de un modo ó de otro, es el
Sr. Cordero un excelente amigo, á quien debo
servir y serviré con todas mis fuerzas.
Levantóse. La enferma, acometida por una
convulsión, desplomóse sobre las almohadas»
— Animo, señora — dijo con la frialdad del
médico que pone recetas en el momento de la
muerte. — Usted me conoce y sabe que haré
cuanto de mí dependa. El caso es grave, gra-
vísimo; ignoro hasta dónde puede llegar mi
influencia; pero hay que confiar en Dios, que
hace milagros, que los ha hecho algún día,
que los volverá á hacer, señora, si es preciso*
Dios ampara á los buenos.
Emitida esta máxima, se llevó el pañuelo á
los ojos, como si quisiera limpiar la humedad
fu