Page 152 - El Terror de 1824
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148 B. PÉREZ G ALDOS
Las respetables oficinas de aquella institu-
ción (firme columna del orden político domi-
nante entonces), tenían alojamiento tan digno
de los jueces como de las leyes, en las indeco-
rosas crujías que ha visto no hace mucho to-
do el que tuvo la desgracia de frecuentar los
Juzgados de primera instancia. La Comisión
militar, que era la que juzgaba á toda clase
de delincuentes, tenía su albergue en un anti-
guo edificio déla plazuela de San Nicolás; pe-
ro el Presidento de ella frecuentaba tanto la
Superintendencia, que se había mandado arre-
glar un despacho en el ángulo que da al ca-
llejón del Verdugo. El Superintendente recibía
en la sala contigua á la callejuela del Salva-
dor. El contraste, horriblemente burlesco, entre
los nombres de las fétidas callejuelas por don-
de respiraban los dos instrumentos más acti-
vos del Poder judicial y político, no estable-
cían diferencia esencial entre ellos, porque
ambos eran igualmente patibularios. Las odio-
sas antesalas de la horca eran negras, tristes,
frías, con repulsivo aspecto de vejez y hume-
dad, repugnante olor á polilla, tabaco, sucie-
dad, y una atmósfera que parecía formada
de lágrimas y suspiros.
En todas las grandes poblaciones y en to-
das las épocas ha existido siempre un infierno
de papel sellado, compuesto de legajos en vez
de llamas, y de oficinas en vez de cavernas,
donde tienen su residencia una falauje no pe-
queña de demonios bajo la forma de alguaci-
les, escribanos, procuradores, abogados, los
cuales usan plumas por tizones, y cuyo oficia