Page 159 - El Terror de 1824
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tenían la dicha de ser mirados por el licenciada
Lobo, pues tal era el nombre de este persona-
je, no desconocido para nuestros lectores (*).
La joven balbució un saludo dirigiéndose al
de la mesa, que le parecía más principal. Des-
pués extendió sus miradas por toda la pieza,
que se le figuró no menos triste y lóbrega que
un panteón. Cubría los polvorientos ladrillos
del suelo una estera de empleita que á carcaja-
das se reía por varios puntos. Los muebles no
superaban en aseo ni en elegancia al resto de
las oficinas, y las mesas, las sillas, los estantes
ostentaban el mismo tradicional mugre que
era peculiar á todo cuaato en la casa existía,
no librándose de él ni aun el retrato de nuestro
Rey y señor D. Fernaudo VII, que en el teste-
ro principal, dentro de un marco decorado por
las moscas, mostraba la augusta majestad ne-
ta. Los grandes ojos negros del Rey, fulguran-
do bajo la espesa ceja corrida, parecían llenar
toda la sala con su mirada aterradora.
—¿Que quiere usted? — gritó bruscamente
Chaperón, mirando á la joven.
La turbación suele causar algo de sordera:
a9Í es que la interpelada dejóse caer en una si-
lla con muestras de gran cansancio.
—Gracias, señor; me sentaré. Estoy muy
fatigada; no me puedo tener.
Su entrecortado aliento, su palidez, laseque-
,dad de sus labios, indicaban una fatiga capaz
de producir la muerte si se prolongara mucho.
(*) Véase La Corte de Carlos IV, Napoleón en Cha-
martín y otros volúmenes de la Primera serie.