Page 162 - El Terror de 1824
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158 B. PÉREZ GALDÓS
— ¡Oh! señor — dijjo Soledad con viveza,—
precisamente yo vengo á decir que el señor
D. Benigno y su hija son inocentes.
Chaperón, que iba^en camino de la venta-
na, dió una rápida vuelta sobre su tacón,
como el muñeco de una veleta cuando cambia
el viento.
— ¡Inocentel —exclamó arrugando todas las
partes arrugables do su semblante, que era su
modo especial de manifestar sorpresa.
Lobo dejó la pluma y bajó sus anteojos.
— Sí, señor, inocente, — repitió Sola.
— Oye tú — añadió Chaperón. — ¿Habrás ve-
nido aquí á burlarte de nosotros?...
— No, señor, de ningún modo— repuso la
huérfana temblando. — He venido á decir que
el Sr. Cordero es inocente.
— Cordero... inocente... Inocente... Corde-
ro... ¡Qué bien pegan las dos palabrillas, eh?
— dijo el Comisario militar con la bufonería
horripilante que le aseguraba el primer pues-
to en la jerarquía de los demonios judiciales.
Habíase acercado á la joven, casi hasta to-
car con sus botas marciales las rodillas de
ella, y cruzando los brazos y arrugando el
ceño, la miraba de arriba abajo desdeñosa-
mente, como pudiera mirar el can á la hor- ¡
miga. Soledad elevaba los ojos para poder ver,
la tenebrosa cara suspendida sobre ella como
una amenaza del cielo. Su convicción y su ab-
negación dábanle algún valor, por lo cual, de-
safiando la siniestra figura, se expresó de este
modo:
— Yo afirmo que los Corderos son inocen-