Page 166 - El Terror de 1824
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162  B.   PÉREZ  G ALDOS
        — Soledad  Gil  de  la  Cuadra— dijo  el  magis-
            trado militar  dictando, — compareció...,  etc..
        Después,  volviéndose  á  la  víctima,  que  ob-
              servaba el  mover  de  la  pluma  de  Lobo,  como
      si  desde  su  sitio  pudiera  leer  lo  que  éste  escri-
          bía, le  dijo:
        — ¿Con  que  tú  has  sostenido  relaciones  con
      los  emigrados?  ¿Cuántas  veces?  ¿Con  varios  ó
      con  uno  solo?
        — Con  uno  solo.
        —  Relaciones  políticas,  se  entiende,— indicó
      Chaperón,  más  bien  afirmando  que  pregun-
      tando.
        — No,  señor:  relaciones  de  amistad, — dijo
      Soledad  vacilando.
        — ¿De  amistad?...  ¿Quién  es  él?
         Sólita,  después  de  dudar  breve  instante,  pro-
             nunció un  nombre.  Pudo  observar  que  Lobo,
      al  notar  aquel  nombre,  frunció  primero  el  ce-
          no, exagerando  después,  basta  llegar  á  la  cari-
             catura, la  contracción  burlesca  de  su  boca.
         — ¿Tienes  tú  parentesco  con  ese  bergante?
       — preguntó  Chaperón.
         — No,  señor.
         — Entonces,  ¿qué  relaciones  son  esas?
         — Es  mi  hermano...  quiero  decir,  mi  amigo,
       ini  protector.
         — Ya,  ya  sabemos  lo  que  quieren  decir  esas
       palabrillas — gruñó  el  hombre  horca  dando  á
       luz  una  especie  de  sonrisa. — Habíanos  con
       franqueza,  que  juez  y  confesor  vienen  áser  lo
       mismo.  ¿Eres  tú  su  querida?
         Soledad  se  puso  como  la  grana.  Dominán-
            dose, habló  así:
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