Page 168 - El Terror de 1824
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164 B. PÉREZ (JALDOS
ce á D. Beniguo Cordero; que éste no podía
encargarse de repartir las cartas, ni meuos su
hija, porque ni uno ni otra tenían noticia de
semejante cosa. Vivimos en la misma casa,
yo en el segundo, ellos en el principal, y co-
mo alguien de la policía vió al Sr. Seudoquia
entrar en la casa, supuso que iba á la habita-
ción de Cordero, cuando en realidad iba á la
:>iía.
— Muy bien: anote usted eso. Puede muy
bien resultar que el tal Cordero sea inocente,,
¿por qué no?... la justicia y la verdad por de-
lante. Sepamos ahora á quién iban dirigidas
esas cartas. Este es el punto principal... Cor-
dero no supo darnos noticia alguna. Si tú lo
haces, tendremos la mejor prueba de que no^
has venido á burlarte de nosotros.
Soledad vaciló un instante. Helado sudor
corría por su frente, y sintió como un torbe-
llino en su cerebro. Era aquél un caso que la
inieliz no había previsto, porque su alma, lle-
na toda de generosidad y ofuscada por la idea
del bien que á realizar iba, no supo calcular
la ignominia que podía saiirle al paso y dete-
nerla en su gallardo vuelo. Aquel acto de ab-
negación era de esos que no pueden realizarse
con éxito feliz sin tropezar con la infamia, po-
niendo á la voluntad en la alternativa de re-
troceder ó incurrir en actos vergonzosos. Es-
pantada Sola de los peligros que aparecían en
su camino, no se atrevió á acometerlos, ni su-
po tampoco esquivarlos, porque carecía de la
destreza y travesura propias de tan gran em-
peño. Su única fuerza consistía en un valor