Page 178 - El Terror de 1824
P. 178
174 B. PÉREZ GALDOS
patético á la desesperación rabiosa, y si á ve-
ces secaba sus lágrimas despaciosamente, otras
se mordía los puños y se gclpeaba el cráneo
contra la pared. En los momentos de exalta-
ción recorría la casa desde la sala á la cocina,
■entraba en todas las piezas, salía para volver
á entrar, daba vueltas, y tropezaba y caía y
se levantaba. Como entrara en la alcoba de
SjUi y viera su ropa, se abalanzó á ella, hizo
con febril precipitación un lío, y oprimiéndolo
contra su pecho cual si fuera el cuerpo mismo
de la persona amada y fugitiva, exclamó así
con lastimero acento:
— Ven acá, paloma... ven acá, niña de mi
corazón... ¿Por qué huyes de mí? ¿por que
liuyes del pobre viejo que te adora? Angel di-
vino, ángel precioso de mi guarda, cuya her-
mosura no puedo comparar sino á la de la
diosa de la Libertad, circundada de luz y son-
riendo á los pueblos; adorada hija mía, ¿en
dónde estás? ¿no oyes mi voz? ¿no oyes que te
llamo? ¿no ves que me muero sin tí? ¿no te
«aerifiqué mi gloria?... ]Ayl... Mi destino, mi
glorioso destino ahora me reclama, y no puedo
ir, porque sin tí soy un miserable y no tengo
fuerzas para nada. Contigo al suplicio, á la
gloria, á la inmortalidad, á los Elíseos Cam-
pos; sin tí á la muerte obscura, á la ignominia,
tíola, Sola de mi vida, ¿en dónde estás? Dí-
melo, ó revolveré toda la tierra por encon-
trarte.
Esto decía, cuando llamaron fuertemente á
la puerta. Más ligero que una liebre fué y
abrió... No era Sola quien llamaba: eran seis