Page 226 - El Terror de 1824
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222 B. PÉREZ G ALDOS
— Es que el alma humana tiene grandes
misterios, niña querida. Desde que entramos
aquí estoy pensando una cosa.
—Con tal que no sea algún disparate, deseo
saberla.
— Pues verás... Me ocurre que esto es hecho,
quiero decir, que se cumple al fin mi altísimo
destino, que las misteriosas veredas trazadas
por el autor de todas las cosas y de todos los
caminos, me traen al fin á la excelsa meta á
donde yo quiero ir. Pero...
— Veamos ese pero, abuelito Sarmiento.
Hasta ahora no había peros en ese negocio del
destino.
—Pero... hay una cosa en la cual yo no ha-
bía pensado bien hasta que salimos de aquel
endiablado Tribunal. Respecto de mi suerte no
hay duda... ¿pero y tú?
— No tengo yo dudas respecto á la mía—
dijo Sola con seriedad. — Los dos moriremos.
— ¡Tú... tú también!
Oyóse un bramido de horror y después lar-
go silencio.
— Eso no puede ser, eso es monstruoso,
inicuo, — gritó el preceptor agitando en la obs-
curidad sus brazos.
— Ahora te espanta, viejecillo, y cuando es-
tábamos en el Tribunal te parecía natural. ¿No
decías: «moriremos los dos, somos mellizos
de la muerte...?» ¿No dijiste también: «vamos
á la horca: mientras más alta sea, mejor: así
alumbraremos más: somos los fanales del gé-
nero humano?»
— Verdad que tales cosas dije; pero has de