Page 230 - El Terror de 1824
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        Prolongábase  el  silencio  de  ambos,  cuando
      3e  abrió  la  puerta  del  calabozo  y  entraron  dos
      personas:  el  carcelero  y  el  Padre  Alelí.  Acos-
               tumbraba el  buen  sacerdote  visitar  á  los  pre-
          sos para  consolarles  ú  oírles  en  confesión,  y
      frecuentemente  pasaba  largos  ratos  con  algu-
         no de  ellos  hablando  de  cosas  festivas,  con  ta
      eual  se  amenguaban  las  tristezas  de  la  cárcel.
      Era  el  Padre  Alelí  un  varón  realmente  santo  y
      earitativo:  su  bondad  se  mostraba  en  dos  es-
            pecies de  inopias:  dar  almendras  á  los  mucha-
           chos de  las  calles  y  palique  á  los  presos.  Diría-
      ge  que  unos  y  otros  eran  su  familia  y  que  no
      podía  vivir  sin  ellos.
        Con  su  fórmula  de  costumbre  saludó  á  núes-
      Iros  dos  infortunados  amigos,  que  apenas  dis-
              tinguían en  la  lobreguez  del  cuarto  la  escueta
      figura  blanca  del  fraile,  vaga,  semifantástica,
      cual  un  capricho  de  la  obscuridad  para  enga-
          itar á  los  ojos.  El.  Padre  Alelí  tocó  en  tierra  y
       en  las  paredes  con  un  palo,  como  los  ciegos,  y
       al  mismo  tiempo  decía:
        — ¿Pero  dónde  están  ustedes?...  [Ahí  ya  toco
       aquí  un  cuerpo.  •
        Soledad,  tomándole  del  brazo,  le  ofreció  una
       silla.
         — No,  tengo  que  marcharme.  Hoy  he  de  ha-
       eer  muchas  visitas...  Gracias,  señora...  ¿Es
       usted  la  que  llaman  Soledad?  Debo  advertirle
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