Page 232 - El Terror de 1824
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228 B. PÉREZ OALDÓS
lónl — gritó una voz ronca, irritada, tembloro-
sa, que parecía ser la voz misma de la obscu-
ridad que había tomado la palabra.
— ¡Jesús, María y José! — exclamó el Padre
Alelí santiguándose. — Verdaderamente, ésta
no es casa de orates. Todo sea por Dios.
— Abuelito Sarmiento — dijo Soledad acari-
ciando al anciano, que arrojado á sus pies es-
taba.— No es propio de persona cortés y bien
educada como tii, el tratar así á un sacerdote.
— ¡Qae se vaya de aquí!... |Que nos deje so-
los!— gr;.ñó el fanático, arrastrándose como
un tigre enfermo. — ¿Qué busca aquí el frailu-
cho?
— ¡Ave María Purísima!...
— Si al menos nos trajera buenas LOticias...-
— Buenas las traigo para usted...
— A ver, á ver... — dijo D. Patricio incorpo-
rándose de improviso.
— Usted será absuelto libremente.
Sarmiento se desplomo en el suelo, hacien-
do temblar los ladrillos.
— ¡Maldita sea la boca que lo dicel... — mur-
muró con hondo bramido.
— Siento no poder dar nuevas igualmente
lisonjeras á esta señora— añadió el fraile to-
mando la mano de la joven y estrechándosela*
entre las suyas. — No puedo decir lo mismo,
ni quiero dar esperanzas que no han de verse
realizadas. Las circunstancias obligan al Tri-
bunal á ser muy severo... ¡Cómo ha de seit
Más padeció Jesucristo por nosotros. Si tiene^
usted resignación, paciencia cristiana; si puri-
ficando su alma sabe desprenderla de 1&3 mi*