Page 254 - El Terror de 1824
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acompañas, y esos venerables sacerdotes que
me acompañan también.
Soledad rompió á llorar, aunque hacía es-
fuerzos para dominarse, y D. Patricio, fijando
los ojos en el altar y vieado el hermoso Cru-
cifijo de talla que en él había y la imagen de
Nuestra Señora de los Dolores, experimentó
una sensación singular, una especie de recogi-
miento que por breve rato le turbó. Acercán-
dose más al altar, dijo con grave acento:
«—Señor mío, tu presencia y esos tus ojos
que me ven sin mirarme, recuérdanme que du-
rante algún tiempo he vivido sin pensar en tí
todo lo que debiera. El gran favor que acabas
do hacerme me confunde más en tu presencia.
Y tú, Señora y Madre mía, que fuiste mi pa-
trona y abogada en cien calamidades de mi
juventud, no creas que te he olvidado. Por tu
intercesión, sin duda, he conseguido del Eter-
no Padre este galardón que ambicionaba. Gra-
cias, Señora; yo demostraré ahora que si mi
muerte ha de ser patriótica y valerosa para
que sea fecunda, también ha de ser cristiana.
Admirados se quedaron de este discurso el
Padre Alelí y el Padre Salmón, que juntamen-
te con él entraron para prestarle los auxilios
espirituales Ambos frailes oraban de rodillas.
Levantáronse, y tomando asiento en el banco
de iglesia que en uno de los costados había,
invitaron á Sarmiento á ocupar el sillón.
— Yo no daré á Vuestras Reverencias mu-
cho trabajo —dijo el patriota, sentándose cere-
moniosamente en el silló i, — porque raí espíritu
no necesita de cierta clase de consuolillos mi •