Page 262 - El Terror de 1824
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B.  PÉREZ  GALDÓS

      D.  Francisco;  porque  los  pueblos,  una  vez  que
      han  abierto  los  ojos,  no  se  resignan  á  cerrar-
          los; y  así  como  cada  estación  tiene  sus  frutos,
      cada  época  tiene  su  sazón  propia,  y  los  espa-
            ñoles, que  hasta  aquí  hemos  amargado  de  pu-
         ro verdes,  vamos  madurando  ya,  ¿me  entien-
         de Vuecencia?  y  se  nos  ha  puesto  en  la  cabe-
         za que  no  servimos  para  ensalada.  Vuecencia
      ahorquen  todo  lo  que  quieran.  Mientras  más
      ahorquen,  peor.  El  absolutismo  acabará  ahor-
              cándose á  sí  mismo  ¿No  lo  quieren  creer?  Pues
      lo  pruebo.  Empezó  creando  para  su  defensa  y
      sostenimiento  la  fuerza  de  voluntarios  realis-
          tas. Son  éstos  unos  animalillos  voraces  y  go-
           losos que  no  se  prestan  á  servir  á  su  amo,  si
      éste  no  les  alimenta  con  cuerpos  muerpos.  Una
      vez  cebados  y  enviciados  con  el  fruto  de  la
      horca,  mientras  más  se  les  da  más  piden,  y
      llegará  un  momento  en  que  no  se  les  pueda  dar
      todo  lo  que  piden,  ¿me  entiende  Vuecencia?
         D.  Francisco,  sin  contestarle,  y  dirigiendo
      maliciosas  ojeadas  á  los  frailes,  hacía  señas  do
       asentimiento.  El  Padre  Salmón,  que  atendía
       con  sorna  á  las  razones  del  preso,  bajó  la  ca-
           beza para  ocultar  la  risa.  Pero  el  Padre  Alelí,
       que  devotamente  rezaba  en  su  breviario,  alzó
       los  ojos,  y  mirando  con  expresión  de  alarma  al
       reo,  le  dijo:
         — Hermano  mío,  veo  que,  lejos  de  apartar
       usted  su  pensamiento  de  las  ideas  mundanas,
       se  engolfa  más  y  más  en  ellas,  con  gran  per-
            juicio de  su  alma.  Los  momentos  son  precio-
           sos; la  ocasión  impropia  para  hacer  discursos.
         — Y  yo  digo  que  es  menos  propia  para  ser-
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