Page 264 - El Terror de 1824
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260 B. PÉREZ QALDÓS
— Esas divagaciones, hombre de Dios — dijo-
Salmón con puntos de malicia, — confirman
uno de los delitos que le han traído á este sitio.
—¿Qué delito?
— El de fingirse enajenado para poder tra-
tar impunemente de cosas prohibidas.
— Hablillas — dijo Sarmiento sonriendo con
desdén. — Señores Hermanos de la Paz, si tu-
vieran ustedes la bondad de darme cigarros,
se lo agradecería... Hablillas del vulgo. Si fué-
ramos á hacer caso de ellas, ¿cómo quedaría
el Padre Salmón en la opinión del mundo?
¿No dicen de él que sólo piensa en llenar la
panza y en darse buena vida? ¿No goza fama
do. ser mejor cocinero que predicador?... ¿De
frecuentar más los estrados de las damas para
hablar de modas y comidas, que el coro para
rezar y la cátedra para enseñar? Esto dice el
vulgo. ¿Hemos de creer lo que diga? Pues al
Padre Alelí, que me está oyepdo y que es per-
sona apreciabilísima, ¿no se le acusó en otro
tiesipo de volteriano? ¿No le tuvo entre ojos
la Inquisición? ¿No decían que antaño era
amigo de Olavide y que después se había con-
graciado con los realistas? Esto se dijo: ¿he-
mos de hacer caso de las necedades del vulgo?
El Padre Alelí palideció, demostrando enojo
y turbación. Chaperon se mordía los labios para
dominar sus impulso^ de risa. Ofrecía, en ver-
dad, la fúnebre capilla espectáculo extraño,
único, el más singular que puede imaginarse.
Freute al altar veíase una mujer de rodillas,
rezando sin dejar de llorar, como si ella sola.
debiera interceier por todos los pecadores ha-