Page 267 - El Terror de 1824
P. 267
EL TERROR DE 1824
263
sia en noches de novena ó miserere. Los en*
trantes chocaban con los que salían, y la sen-
sibilidad de los unos anticipaba á la curiosidad
de los otros noticias y comentarios.
Pipaón, que se había presentado de vein-
ticinco alfileres, y parecía un ascua de oro, se-
gún iba de limpio y elegante, estuvo largo rato
en compañía del reo, y le dió varias palmadas
en el hombro, diciéndole:
— Animo, Sr. Sarmiento, y encomiéndese
á Su Divina Majestad y á la Reina de los cie-
los, Nuestra Madre amorosísima, para que le
den una buena muerte y franca entrada en la
morada celestial... Adiós, hermano mío. Como
mayordomo que soy de la Hermandad de las
Animas, le tendré presente, sí, le tendré pre-
sente para que no le falten sufragios... Adiós...
Procure usted serenarse... Medite mucho en
las cosas religiosas... éste es el gran remedio
y el más seguro lenitivo... ¡La religión, la dul-
ce religión! ¡Oh! ¿qué sería de nosotros sin la
religión?... es nuestro consuelo, el rocío que
nos regenera, el maná que nos alimenta.. «
Adiós, hermano en Cristo; venga un abrazo
(al dar el abrazo Pipaón tuvo buen cuidado de
que no fuera muy expresivo, para que no se
chafaran los -encajes de su pechera)... Estoy
conmovidísimo... Adiós; repítole que medite
mucho en los sagrados misterios y en la pa-
sión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo..,
Quizás nos veamos en el Cielo, jay de mil si
Dios es misericordioso conmigo.
Este fastidioso discurso, modelo exacto de
la retórica convencional y amanerada dol Cor-