Page 276 - El Terror de 1824
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       cuando  Sola,  vencida  por  el  cansancio,  había
       cedido  al  sueño  y  dormitaba  sentada,  el  Padre
       Alelí  logró  hacerse  oir  de  Sarmiento  con  ma-
          yor interés.  Por  la  noche  pareció  que  el  espí-
           ritu del  buen  viejo  se  recogía  y  como  que  se
       amilanaba  algún  tanto,  mostrándose  además
       en  su  rostro  y  cuerpo  cierto  desmayo  ó  fatiga.
       El  patriota  no  permanecía  ya  en  pie,  sino  re-
              costado con  abandono  en  ei  sillón,  fijando  la
       vista  en  el  suelo  cual  si  cayera  en  meditación
       taciturna.  Silencio  profundísimo  reinaba  en  la
       cárcel;  las  velas  se  habían  consumido  bastante
       y  ardían  en  el  último  cabo  de  ellas,  elevando
       entre  la  vacilante  luz  el  negro  pábilo  caduco,
       y  derramando  cera  amarilla  en  grandes  cho-
           nos sobre  los  candeleros  y  sobre  el  altar.  El
       Crucifijo  y  la  Dolorosa  parecían  entregados  á
       un  sopor  misterioso.  Nunca  como  en  aquella
       hora  había  parecido  la  capilla  tristísima  y
       lúgubre.  Su  ambiente  de  panteón  daba  frío,
       su  luz  tenue  convidaba  á  morirse  y  enterrarse.
       Era  la  madrugada  del  último  día.
         No  fué  insensible  el  espíritu  de  Sarmiento  á
       esta  influencia  externa,  y  conociéndolo  Alelí,
       le  dijo  que  ya  le  quedaban  pocas  horas;  que
       viese  lo  que  hacía  si  no  deseaba  arder  perpe-
               tuamente en  los  infiernos.  Al  oir  esto,  miróle
       Sarmiento  con  desdén,  y  levantándose  del
       sillón,  se  puso  de  rodillas.
         — Puesto  que  Su  Paternidad  quiere  que
       confiese,  confesaré, — dijo  lacónicamente.
         —No  es  preciso  que  se  arrodille  usted,  her-
            mano mío — indicó  el  buen  fraile  levantándole.
       —En  estos  casos  permitimos  al  penitente  que
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