Page 282 - El Terror de 1824
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278       B.  PÉREZ  GALDÓS
       nadas  á  apartar  su  alma  del  tremendo  abisma
       á  cuyo  borde  se  encontraba.
         — Pocas  horas  me  restan — murmuró  el  pa-
            triota dando  un  gran  suspiro.— Mi  alma  será
       más  fuerte  cuanto  más  cerca  esté  el  instante
       lisonjero  de  su  liberación.  ¿Cuántas  horas  fal-
       tan?
         — No  cuente  usted  las  horas...  ¿Qué  valen
       dos  ni  tres  horas  comparadas  con  la  eter-
       nidad?
         Sarmiento  no  respondió.  Observaba  los  la-
             drillos del  piso  y  fijaba  su  vista  con  minuciosi-
           dad aritmética  en  todos  aquéllos  que  tenían  el
       ángulo  gastado.  Diríase  que  los  contaba.
         — ¿En  dónde  está  mi  hija?— dijo  de  súbita
       moviéndola  cabeza  con  ansiedad.  — Sola,  niña
       de  mi  corazón,  no  te  separes  de  mí.
         Sola  se  arrojó  llorando  en  sus  brazos.  Notó
       que  tenía  las  manos  frías  y  temblorosas.
         — Dentro  de  poco  dejaré  de  verte,  ¡ay! —
       exclamó  el  viejo  haciendo  esfuerzos  verdade-
               ramente heróicos  para  dominar  su  emoción.
       — |Qae  sea  tan  flaca  y  miserable  esta  humana
       naturaleza,  que  ni  aun  teniendo  por  segura  la
       entrada  en  la  morada  celestial,  pueda  mirar
       con  absoluto  desprecio  los  afectos  del  mundo!...
       Aquí  me  tienes  más  valiente  que  un  león  (sus
       labios  temblaban  al  decirlo,  y  su  voz  era  como
       el  ronco  trinar  de  un  ave  moribunda),  y,  sin
       embargo,  esto  de  separarme  de  tí,  esto  de  de-
            jarte sola...
         Se  pasó  la  mano  por  la  frente,  y  durante  un
       rato  tapóse  los  ojos.
         — No  sé  por  qué  está  triste  el  día  -ínurma
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